El encanto del sueño eterno

 Autores

Rodríguez Jordana, Montaño Melany, Tumbaco David, Lino Angelina, Campuzano Steven

Bella durmiente

Había una vez, en un rincón olvidado del universo que era muy hermoso, un reino flotante llamado Alundra, construido entre las fibras del tiempo. No era una ciudad común ni una fortaleza de reyes humanos, sino un bastión suspendido en la eternidad dónde murmuraban que pasan cosas raras, donde el tiempo no seguía las reglas del universo. Al poco tiempo los habitantes de Alundra habían aprendido, siglos atrás, el arte de dominar el flujo del tiempo, alterando el pasado y el futuro a su voluntad. En este reino, la historia no era una línea recta, sino un cúmulo de posibilidades infinitas que podían ser manipuladas y moldeadas a capricho.

El rey y la reina de Alundra vivían en una torre cristalina, donde las estaciones cambiaban en un parpadeo y los días se estiraban según su deseo. Con el nacimiento de su única hija, la princesa Aurora, sus corazones rebosaron de alegría, y no había lugar para el miedo. Pero aquel día, en el instante en que Aurora fue presentada al reino, algo extraño ocurrió. El flujo del tiempo en Alundra se detuvo brevemente, como si el universo mismo contuviera la respiración.

Los sabios de la corte se inquietaron, temerosos de haber roto un equilibrio invisible. Y antes de que pudieran actuar, un susurro oscuro se filtró en la sala del trono. Maléfica, una entidad antigua que no pertenecía a ningún reino mortal, sino al mismo tejido del tiempo, apareció sin previo aviso. Con ojos que reflejaban la inmensidad del cosmos, Maléfica habló, no con palabras, sino con una vibración que resonaba en los corazones de todos los presentes.

“Habéis jugado con el tiempo durante siglos”, susurró la entidad, su voz profunda como un eco eterno. “Y ahora, el tiempo reclama lo que es suyo. Aurora no vivirá una vida común. En su décimo octavo aniversario, no caerá en un sueño, sino en un Laberinto de los Mil Tiempos, donde cada futuro posible, cada vida que podría haber tenido, se entrelazará. Y solo podrá escapar cuando entienda la verdad que ni vosotros habéis aprendido: el tiempo no es vuestro para controlar."

Con esas palabras, Maléfica desapareció, y una sombra de incertidumbre cayó sobre el reino de Alundra. Durante los años que siguieron, los sabios intentaron encontrar una forma de romper el hechizo, pero cuanto más trataban de alterar el flujo del tiempo, más enredado se volvía. El propio reino comenzó a sufrir las consecuencias: los días se alargaban sin fin, las noches se comprimían en segundos, y la ciudad, una vez brillante, se volvió cada vez más caótica.

Aurora creció sin saber que su destino ya estaba sellado. A menudo, tenía visiones de sí misma viviendo otras vidas: algunas como reina poderosa, otras como una simple campesina. Cada visión la dejaba con una sensación de desorientación, como si ya hubiera vivido miles de existencias sin siquiera haber cumplido dieciocho años.

Cuando finalmente llegó su decimoctavo aniversario, el reino entero se preparó. Los sabios, con sus conocimientos vastos pero insuficientes, intentaron tejer una red temporal alrededor de la princesa para contener el hechizo. Pero a la medianoche, cuando el último grano de arena cayó en el reloj del destino, Aurora fue arrastrada al Laberinto de los Mil Tiempos.

El laberinto no era un lugar físico, sino una red infinita de posibilidades, donde cada paso la llevaba a un futuro diferente. Aquí, Aurora se vio a sí misma como muchas versiones: Aurora la guerrera, Aurora la mendiga, Aurora la reina de Alundra. Todas estas versiones de ella existía en la tierra y cada una tenía un destino distinto. Pero ninguna podía avanzar más allá del laberinto.

Mientras tanto, en Alundra, el caos continuaba. Los sabios comprendieron que habían jugado con fuerzas más allá de su entendimiento. El tiempo mismo estaba reclamando su equilibrio. En un último intento desesperado por salvar a su hija, el rey y la reina buscaron la ayuda de Felipe, un joven guardián del tiempo, criado fuera de Alundra, en un lugar donde el tiempo fluía naturalmente. Felipe poseía un artefacto olvidado por la civilización: la Llave del Destino, un dispositivo capaz de abrir cualquier puerta en el tiempo, pero solo si se usaba con sabiduría.

Felipe, con una valentía nacida de la simplicidad de su vida, se aventuró en el Laberinto de los Mil Tiempos. Allí, no encontró a una sola Aurora, sino a todas las Auroras posibles. Cada versión de ella estaba atrapada en una repetición infinita de decisiones y caminos que nunca terminaban. Pero Felipe no intentó luchar contra el laberinto ni controlar el flujo del tiempo, como lo habían hecho los habitantes de Alundra.

En lugar de eso, Felipe enseñó a Aurora una verdad sutil y poderosa: el tiempo no debía ser manipulado ni controlado. En el centro de cada posibilidad, lo único que importaba era el momento presente. Con esta nueva comprensión, Aurora dejó de buscar la salida del laberinto, y en ese instante, las múltiples versiones de sí misma comenzaron a desvanecerse. El laberinto, un símbolo de las infinitas posibilidades que la habían mantenido prisionera, colapsó.

Aurora y Felipe regresaron a Alundra, pero el reino había cambiado. La ciudad ya no flotaba en la eternidad, ni el tiempo se doblaba a la voluntad de los mortales. Alundra se había convertido en un lugar donde el tiempo fluía de manera natural, sin ser alterado ni manipulado. El pueblo, aunque había perdido su poder sobre el tiempo, encontró una paz que nunca antes había conocido.

Aurora, liberada del peso de sus futuros, se convirtió en una reina sabia, y junto a Felipe, gobernó un reino que ya no temía el paso del tiempo, sino que lo aceptaba como un aliado, no como un enemigo.

Y así fue como Alundra aprendió que la verdadera falacia no era la maldición de Maléfica, sino la creencia arrogante de que el tiempo podía ser controlado.

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